Recogí aquellos pedazos de sueños desperdigados por la habitación, se encontraban maltrechos, humedecidos por las lágrimas del espanto, por la caricia del olvido y por la sombra de la muerte. Me quedé pegado mirando tu fotografía en uno de los cuadros que miraba pocas veces ya que estaba acostumbrado a verla, habituado a verte y suspiré, con esos suspiros propios del hombre que ha perdido el ánimo de seguir viviendo.
Salí de mi habitación respirando profundo. Buscaba el aire del balcón, la matutina bofetada del viento frío del sur y las gotas de rocío tocando mi apenas vestido cuerpo, entonces me arrodillé frente a la vista y recé a todos los dioses que pasaron por mi cabeza, mientras el goteo propio del dolor rodaba desde mis mejillas al suelo.
¿Qué es este dolor tan profundo? Una sensación de ahogo y desespero, una punzada en el fondo del corazón que arde, que oprime y que te obliga a pensar que ya no hay un mañana... porque no lo hay...
¡Es completamente ilógico! Antes no eras parte de mi vida, tal cual no lo serás ahora, pero tu ausencia me irrita, me enloquece, me desespera, me hunde en una depresión que no puedo cuantificar ¡A mí! ¡Por los mismos cielos! A MÍ, que siempre me he considerado un hombre frío; pero cuánto deseo escuchar al menos una vez más tu risa o tus gritos, sentir tus caricias o tus besos, cuánto pagaría por volver a tenerte conmigo, por poderte decir que te amo con todas las fuerzas de mi espíritu, que no importa lo que digan los demás, tú siempre serás la persona más importante para mí. Vendería mi alma para que me creyeras, para que tus ojos volvieran a encender aquella alegría con la que te conocí, para que volvieras a respirar y me dijeras, con aquella dulce voz, las únicas palabras que podrían aplacar el dolor de ya no tenerte conmigo: "hola papá".
Salí de mi habitación respirando profundo. Buscaba el aire del balcón, la matutina bofetada del viento frío del sur y las gotas de rocío tocando mi apenas vestido cuerpo, entonces me arrodillé frente a la vista y recé a todos los dioses que pasaron por mi cabeza, mientras el goteo propio del dolor rodaba desde mis mejillas al suelo.
¿Qué es este dolor tan profundo? Una sensación de ahogo y desespero, una punzada en el fondo del corazón que arde, que oprime y que te obliga a pensar que ya no hay un mañana... porque no lo hay...
¡Es completamente ilógico! Antes no eras parte de mi vida, tal cual no lo serás ahora, pero tu ausencia me irrita, me enloquece, me desespera, me hunde en una depresión que no puedo cuantificar ¡A mí! ¡Por los mismos cielos! A MÍ, que siempre me he considerado un hombre frío; pero cuánto deseo escuchar al menos una vez más tu risa o tus gritos, sentir tus caricias o tus besos, cuánto pagaría por volver a tenerte conmigo, por poderte decir que te amo con todas las fuerzas de mi espíritu, que no importa lo que digan los demás, tú siempre serás la persona más importante para mí. Vendería mi alma para que me creyeras, para que tus ojos volvieran a encender aquella alegría con la que te conocí, para que volvieras a respirar y me dijeras, con aquella dulce voz, las únicas palabras que podrían aplacar el dolor de ya no tenerte conmigo: "hola papá".