Había decidido comenzar a escribir la historia de su vida pero, con el tiempo, fue perdiendo el objetivo de entre sus dedos. La inspiración era cosa rara.
Se dirigió hacia su pieza, intentando recordar cada detalle de su vida e ideando cómo hacerla parecer coherente con el relato que quería dejar como línea central de su argumento pero cayó entonces en la cuenta de que eso no era posible; no existe línea central en la vida de las personas ya que todo es igualmente relevante al mismo tiempo, quizá es por este motivo que dejó de escribir la historia de su vida y comenzó a enfocarse en otra cosa. Fue la mosca que se detuvo frente a su pantalla la que le provocó aquella ráfaga de inspiración necesaria ¡habría de escribir sobre la mosca! Sobre cómo ella volaba por el mundo buscando alimentos y escapando de los matamoscas, la adrenalínica emoción de huir y volver a acercarse al mismo gigante que, molesto, quiere acabar con su frágil existencia.
Siguió escribiendo, tecleando con fuerza y con rabia, ya no miraba el teclado, la historia estaba resultando más impactante de lo que creía, se sentía en éxtasis, como si volara, pero cosas similares ya había vivido. La inspiración era cosa rara.
Se detuvo en seco, algo no cuadraba. Leía una y otra vez su historia y no parecía tener un sentido lógico, revisándola captó la razón: había comenzado desde el final, la primera línea de su escrito ya establecía que la mosca estaba a punto de morir ¿cómo podía desarrollar la espectacular vida de la mosca de esa forma?
Decidió, por tanto, que debía hacer algo para lograr llenar de emoción el relato, haría la historia a la inversa, cada palabra retrocedería más en el tiempo, así hasta el nacimiento de la mosca, de esta manera los lectores se enamorarían del insecto y sufrirían su pérdida. Siguió con la vida de la mosca, la hizo sobrevivir a miles de intentos de asesinato, le creó una familia y un lugar al que volar luego de hacer toda su rutina, la fue convirtiendo en una larva e hizo de ella un ser reflexivo y filosófico, un ejemplo de ser vivo, cada vez le costaba más escribir, por algún extraño motivo miraba insistentemente una esquina de la pieza donde sólo reinaban las sombras, pensó en dejar de teclear, pero no podía hacerlo. La inspiración era cosa rara.
De un momento a otro, la mosca comenzó a hacerse notar, no dejaba de zumbarle por los oídos, paseaba alrededor de su cara y le hacía perder la concentración ¡Qué odiosa era! ¿Cómo hacerle una historia honorífica si no lo dejaba concentrarse? Comenzó a perder los estribos, la mosca estaba ganándole a la cordura, intentaba seguir escribiendo pero le era imposible, enojado, dejó de escribir y de un solo golpe certero aplastó a la mosca entre sus dedos. Mientras separaba sus manos ensangrentadas sintió una punzada en el pecho, se le durmió el brazo izquierdo y comenzó a perder el conocimiento. Una sombra que había estado observando aquella escena sonrió, era una de las muertes más prolijas que había ideado, por fin había alterado un poco la típica recolección de almas que deben hacer las parcas, suspiró y pensó, al igual que el escritor, que la inspiración era cosa rara.
(Carlos Marchant Pizarro)
Se dirigió hacia su pieza, intentando recordar cada detalle de su vida e ideando cómo hacerla parecer coherente con el relato que quería dejar como línea central de su argumento pero cayó entonces en la cuenta de que eso no era posible; no existe línea central en la vida de las personas ya que todo es igualmente relevante al mismo tiempo, quizá es por este motivo que dejó de escribir la historia de su vida y comenzó a enfocarse en otra cosa. Fue la mosca que se detuvo frente a su pantalla la que le provocó aquella ráfaga de inspiración necesaria ¡habría de escribir sobre la mosca! Sobre cómo ella volaba por el mundo buscando alimentos y escapando de los matamoscas, la adrenalínica emoción de huir y volver a acercarse al mismo gigante que, molesto, quiere acabar con su frágil existencia.
Siguió escribiendo, tecleando con fuerza y con rabia, ya no miraba el teclado, la historia estaba resultando más impactante de lo que creía, se sentía en éxtasis, como si volara, pero cosas similares ya había vivido. La inspiración era cosa rara.
Se detuvo en seco, algo no cuadraba. Leía una y otra vez su historia y no parecía tener un sentido lógico, revisándola captó la razón: había comenzado desde el final, la primera línea de su escrito ya establecía que la mosca estaba a punto de morir ¿cómo podía desarrollar la espectacular vida de la mosca de esa forma?
Decidió, por tanto, que debía hacer algo para lograr llenar de emoción el relato, haría la historia a la inversa, cada palabra retrocedería más en el tiempo, así hasta el nacimiento de la mosca, de esta manera los lectores se enamorarían del insecto y sufrirían su pérdida. Siguió con la vida de la mosca, la hizo sobrevivir a miles de intentos de asesinato, le creó una familia y un lugar al que volar luego de hacer toda su rutina, la fue convirtiendo en una larva e hizo de ella un ser reflexivo y filosófico, un ejemplo de ser vivo, cada vez le costaba más escribir, por algún extraño motivo miraba insistentemente una esquina de la pieza donde sólo reinaban las sombras, pensó en dejar de teclear, pero no podía hacerlo. La inspiración era cosa rara.
De un momento a otro, la mosca comenzó a hacerse notar, no dejaba de zumbarle por los oídos, paseaba alrededor de su cara y le hacía perder la concentración ¡Qué odiosa era! ¿Cómo hacerle una historia honorífica si no lo dejaba concentrarse? Comenzó a perder los estribos, la mosca estaba ganándole a la cordura, intentaba seguir escribiendo pero le era imposible, enojado, dejó de escribir y de un solo golpe certero aplastó a la mosca entre sus dedos. Mientras separaba sus manos ensangrentadas sintió una punzada en el pecho, se le durmió el brazo izquierdo y comenzó a perder el conocimiento. Una sombra que había estado observando aquella escena sonrió, era una de las muertes más prolijas que había ideado, por fin había alterado un poco la típica recolección de almas que deben hacer las parcas, suspiró y pensó, al igual que el escritor, que la inspiración era cosa rara.
(Carlos Marchant Pizarro)