-- ¿Qué haces sentada allí? ¿Esperando a que simplemente pase el tiempo? ¿Qué haces con esa mirada perdida en el espacio?
-- No hago nada que no hubiera hecho antes o después del día de hoy, respiro, miro y contemplo. Sólo me dedico a descansar los sentidos del mundo que nos rodea.
-- ¿A estas horas? ¿En esta playa? ¿Acaso el frío no te afecta? ¿Acaso la oscuridad no te molesta?
-- ¿Frío? ¿Oscuridad? No, querido amigo, ni el frío ni la oscuridad son capaces de perturbar mi alma, me preocupa más el calor y el sol, pues ésos son los que atraen a mis verdaderos enemigos.
-- ¿Tus verdaderos enemigos?
-- Sí, los falsos, los mentirosos, los hipócritas. Aquellas carismáticas sabandijas que se arrastran esperando el momento preciso para clavarte un puñal por la espalda. Esos seres que sólo saben hacer el mal a otros en búsqueda de su propio beneficio. Los hay avaros, mentirosos, rastreros, traicioneros e infieles, elige el área sentimental del ser humano que quieras y encontrarás el adjetivo para la rata que te está molestando, de la persona que te está hiriendo. Algunos de nosotros queremos confiar en todos ¿Sabes?, pero se nos hace difícil cuando comenzamos a conocer a las personas por lo que realmente son ¿no fuiste tú quien me dijo que nunca había que confiar ciegamente en nadie? ¿No fuiste tú quien me dijo que, incluso tus propios personajes, a veces, traicionan los objetivos de tu alma? Lo he pensado mucho y he decidido que tienes razón, ese tipo de personas valen nada. La única cosa buena que tienen, es que le dejan a gente como nosotros momentos como éste, pues su comodidad evita que levanten el cuerpo de sus hogares cínicos; su flojera evita que comiencen a buscar ropa más abrigada e intenten colonizar este santuario de la naturaleza.
-- Estás realmente molesta por algo, por alguien ¿No es cierto?
-- No, ya no estoy molesta, lo estuve hasta hace algunos momentos, precisamente ahora no estoy molesta.
-- Y ¿Qué ha hecho que cambies de parecer?
Me miró con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa tierna, me besó la mejilla y con sus frías manos tocó las mías mientras tiritaba.
-- El hecho de haber visto que te bajabas de la micro, aquí en medio de la nada, lejos de tu casa, el hecho de que te hayas salido de tu trayecto sólo porque me divisaste, sólo porque querías saber qué era lo que ocurría conmigo. Me recordaste, con una actitud así de sencilla, que no puedo creer que todo el mundo es tan terrible como las personas que me han hecho daño, con tus acciones me has demostrado que aún existe algo de esperanza en este mundo. Me has demostrado que te equivocas.
-- ¿Perdón, que yo me equivoco? ¿Qué me perdí en este asunto?
-- Tú y tus acciones me han demostrado que sí puedes confiar en las personas, quizá no por lo que hacen, quizá no por lo que harán, pero sí por lo que hicieron, sí por lo que son. Me probaste que, no sólo existen los lobos que se visten de ovejas, sino también aquellas ovejas que se disfrazan de lobos para salvar a su rebaño y que, mientras exista al menos una persona así en el mundo, la esperanza no se ha perdido.
-- Definitivamente estás loca… — le dije riéndome y pasándole mi chaqueta —No te vayas a resfriar.
-- Gracias.
-- No es nada, no tengo frío y tengo grasa que me regula la temperatura… Y tú, amiga mía no puedes decir lo mismo— le respondí entre risas.
-- No. Gracias por utilizar tu piel de lobo para que el resto de las ovejas caminemos tranquilas por el mundo.
No respondí, daba lo mismo lo que respondiese, ella había llegado a su conclusión y dijera lo que dijese no me iba a oír más allá de lo que quería escucharme. ¿Una oveja yo? ¿Yo? ¡Qué ilusa aquella oveja que confunde a este lobo estepario con otra oveja! ¡Qué ingenua esta mujer que quiere creer que el sol siempre volverá a brillar! La dejé en su casa, me besó la mejilla nuevamente y sonrió, sus ojos ya no estaban rojos.
Me encaminé hacia mi hogar desaprobando aquella visión tan optimista de la vida de mi amiga, habría seguido reflexionando sobre ella y sus ilusiones infantiles, pero no pude, algo más extraño distrajo mi mente, y fue el hecho de que, al ponerme la chaqueta, la sentí un poco más ligera y mucho más cálida que de costumbre.
(Carlos Marchant P.)
-- No hago nada que no hubiera hecho antes o después del día de hoy, respiro, miro y contemplo. Sólo me dedico a descansar los sentidos del mundo que nos rodea.
-- ¿A estas horas? ¿En esta playa? ¿Acaso el frío no te afecta? ¿Acaso la oscuridad no te molesta?
-- ¿Frío? ¿Oscuridad? No, querido amigo, ni el frío ni la oscuridad son capaces de perturbar mi alma, me preocupa más el calor y el sol, pues ésos son los que atraen a mis verdaderos enemigos.
-- ¿Tus verdaderos enemigos?
-- Sí, los falsos, los mentirosos, los hipócritas. Aquellas carismáticas sabandijas que se arrastran esperando el momento preciso para clavarte un puñal por la espalda. Esos seres que sólo saben hacer el mal a otros en búsqueda de su propio beneficio. Los hay avaros, mentirosos, rastreros, traicioneros e infieles, elige el área sentimental del ser humano que quieras y encontrarás el adjetivo para la rata que te está molestando, de la persona que te está hiriendo. Algunos de nosotros queremos confiar en todos ¿Sabes?, pero se nos hace difícil cuando comenzamos a conocer a las personas por lo que realmente son ¿no fuiste tú quien me dijo que nunca había que confiar ciegamente en nadie? ¿No fuiste tú quien me dijo que, incluso tus propios personajes, a veces, traicionan los objetivos de tu alma? Lo he pensado mucho y he decidido que tienes razón, ese tipo de personas valen nada. La única cosa buena que tienen, es que le dejan a gente como nosotros momentos como éste, pues su comodidad evita que levanten el cuerpo de sus hogares cínicos; su flojera evita que comiencen a buscar ropa más abrigada e intenten colonizar este santuario de la naturaleza.
-- Estás realmente molesta por algo, por alguien ¿No es cierto?
-- No, ya no estoy molesta, lo estuve hasta hace algunos momentos, precisamente ahora no estoy molesta.
-- Y ¿Qué ha hecho que cambies de parecer?
Me miró con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa tierna, me besó la mejilla y con sus frías manos tocó las mías mientras tiritaba.
-- El hecho de haber visto que te bajabas de la micro, aquí en medio de la nada, lejos de tu casa, el hecho de que te hayas salido de tu trayecto sólo porque me divisaste, sólo porque querías saber qué era lo que ocurría conmigo. Me recordaste, con una actitud así de sencilla, que no puedo creer que todo el mundo es tan terrible como las personas que me han hecho daño, con tus acciones me has demostrado que aún existe algo de esperanza en este mundo. Me has demostrado que te equivocas.
-- ¿Perdón, que yo me equivoco? ¿Qué me perdí en este asunto?
-- Tú y tus acciones me han demostrado que sí puedes confiar en las personas, quizá no por lo que hacen, quizá no por lo que harán, pero sí por lo que hicieron, sí por lo que son. Me probaste que, no sólo existen los lobos que se visten de ovejas, sino también aquellas ovejas que se disfrazan de lobos para salvar a su rebaño y que, mientras exista al menos una persona así en el mundo, la esperanza no se ha perdido.
-- Definitivamente estás loca… — le dije riéndome y pasándole mi chaqueta —No te vayas a resfriar.
-- Gracias.
-- No es nada, no tengo frío y tengo grasa que me regula la temperatura… Y tú, amiga mía no puedes decir lo mismo— le respondí entre risas.
-- No. Gracias por utilizar tu piel de lobo para que el resto de las ovejas caminemos tranquilas por el mundo.
No respondí, daba lo mismo lo que respondiese, ella había llegado a su conclusión y dijera lo que dijese no me iba a oír más allá de lo que quería escucharme. ¿Una oveja yo? ¿Yo? ¡Qué ilusa aquella oveja que confunde a este lobo estepario con otra oveja! ¡Qué ingenua esta mujer que quiere creer que el sol siempre volverá a brillar! La dejé en su casa, me besó la mejilla nuevamente y sonrió, sus ojos ya no estaban rojos.
Me encaminé hacia mi hogar desaprobando aquella visión tan optimista de la vida de mi amiga, habría seguido reflexionando sobre ella y sus ilusiones infantiles, pero no pude, algo más extraño distrajo mi mente, y fue el hecho de que, al ponerme la chaqueta, la sentí un poco más ligera y mucho más cálida que de costumbre.
(Carlos Marchant P.)